Y gastamos tanto amor los primeros días, que al cabo de unos meses nos retorcíamos el pecho, donde ya no quedaba ni siquiera entendimiento.
Bajábamos del centro a tu casa por una calle curva que llevaba hasta la cuadra de las flores. La ciudad se alumbraba por las luces de navidad que tanto me molestaban y velitas que los niños prendían sobre andenes que mañana tendrían que ser limpiados con cuchillos viejos.
Eso, esa noche no me molesto, me asombre de estar caminando a tu lado, con tanta noche, con tantas luces, con tantas velas que se apagaban y tanta soledad conjunta. Éramos dos sombras caminando juntas arrastrando todas nuestras añoranzas, la música que ya no estaba de moda, los libros que aun teníamos por leer y los labios que esa noche no debíamos besar.
Llegando por la calle más obscura, a dos cuadras de tu casa, frenamos en una tienda, reuní las monedas que quedaban en mi bolsillo más cercano y construí una torre de ilusiones, tomaste mi mano y salimos al parque, el ritmo de la conversación fue tan fuerte que empezaste a bailar en medio del pavimento, sacudías tu vestido que se infiltraba entre la noche y las monedas que aun no terminaban de salir de mi bolsillo. Tal vez duramos mese bailando retorciéndonos y creyendo que el instante duraría siempre tal vez abusamos tanto del pavimento que la ciudad nos castigo, nos abandono como ratas, y yo corría casi sin ver, con auriculares para no escucharte mentir. Corría para llegar al otro lado antes que la noche arreciera, que la oscuridad se me metiera adentro y tú terminaras de apagar todas las velitas – la gente es feliz prendiéndolas- decías mientras yo solo esperaba que aparecieras ahí en frete mío y quitándome de un bofetón los auriculares me dijeras- stop, niño, su casa queda para el otro lado, debe tomar un bus en la avenida central y morir en medio de la espera y ahogarse contra la ventana que no abre- mientras yo veía como la noche, las velas y la torre de ilusiones se me metía por los ojos hasta que estos se cerraron en la espera